La prensa ha recogido noticias sobre la penalización hospitalaria de los gordos, supongo que medidos según el Índice de Masa Corporal. La idea que cabe reconstruir tras tales medidas es que las personas son responsables de su gordura y que ésta es un enorme problema de salud.
Estas medidas merecen discutirse públicamente en las siguientes circunstancias:
1) Si y solo si admitimos que las dietas son posibles y que queda al albur del sujeto cambiar su morfología.
2) Si y solo si admitimos que las correlaciones entre gordura y morbilidad atestiguan imputaciones causales.
3) Si y solo si no admitimos la abundante evidencia cuantitativa y cualitativa sobre, pensemos lo que pensemos en 1 y 2, los enormes problemas que producen las dietas yo-yo (ganancias y pérdidas de peso cíclicas).
4) Si y solo si ignoramos las correlaciones entre gordura y salud allí donde la primera no está estigmatizada. Y dejemos de sospechar entonces que hay variables no advertidas que intervienen en las correlaciones de 2 (gordura y morbilidad).
Solo si ignoramos estos cuatro puntos -no uno ni dos: los cuatro, no vale sacar solo uno; los cuatro y la reflexión que se impone: salud y gordura no están obligatoriamente reñidas- estas medidas tienen discusión posible, pues penalizamos a viciosos, a gente descuidada o yo no sé qué.
Por lo que yo sé, para ignorar estos cuatro puntos hay que ser un ignorante de campeonato o una persona tremendamente interesada en promover la gordofobia: puede que porque de ello depende su vida profesional o porque comparte convicciones arbitrarias contra la gordura que machacan a los ciudadanos a cada segundo. En cualquier caso, la ciencia puede avanzar y los puntos uno y dos afirmarse, cosa que no es el caso. Así como que tengamos evidencia que permitan desestimar tres y cuatro.
Dicho lo cual, en cualquiera de las situaciones hay una enorme discriminación de clase. Es verdad que existen ricos que no pueden dejar de estar gordos. (Quizá debido a lo que decía en 1 aunque la tensión al respecto sea enorme. El cuerpo es la sangre de la burguesía, dijo otro inolvidable.) A estos, la carrera por la delgadez les resulta menos costosa. Cada época tiene las elites que se merece y a las nuestras les encanta estar delgadas y luchar por ello.
Queda para las fuerzas políticas, para todas, la vergüenza del escaso interés que ponen en abrir un debate público sobre estas cuestiones. O están muy mal informados o, en tanto terrenos donde se codean las elites —las elites no saben de siglas o ideologías: su inercia los empuja hacia el núcleo de todos los nichos de poder que se abran—, funcionan como espacios donde se selecciona a la gente implícitamente por su aspecto, esto es, donde se le atribuye a los individuos fiabilidad en función de su morfología. Lo cual es algo muy común desde finales del siglo XIX entre las elites culturales, incluidas aquellas que se pretenden más rupturistas. Pero sobre estas cuestiones remito a La cara oscura del capital erótico, donde me explico sobre el particular.
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